"Una
política tendiente a separar el proletariado de los sectores pertenecientes a
las otras clases, que identifican lo suyo con los de los trabajadores en la
lucha por el ascenso nacional, es fatal al movimiento de liberación. Tan importante como cuidar la base
obrera es mantener vivo el prestigio en esos sectores y utilizar su
colaboración activa.
Se
cometió el error de desplazar y hasta hostilizar los sectores de clase media
militantes en el movimiento, permitiendo al adversario unificarla en contra,
máxime cuando se le lesionaron inútilmente sus preocupaciones éticas y estéticas, con una desaprensiva política de la
administración y en la elección de los instrumentos de gobierno. Se manejó la
propaganda de manera masiva y pueril, hasta hacerla irritativa, centrándola en
los aspectos superficiales sin ahondar en lo profundo de las realizaciones
gigantescas del proceso. Por pequeñas preocupaciones de vanidad se hizo el
juego a la política de la superestructura cultural.
Así también se hizo de la
doctrina nacional una doctrina de partido, y de la doctrina de partido una
versión exclusivamente personalista, que en lugar de agrandar las figuras y
suscitar la emulación, provocaba en el propio partidario una situación
deprimente. Se
quitó al militante la sensación de ser, el también, un constructor de la
historia, para convencerlo de que todo esfuerzo espontáneo y toda colaboración
propia indicaba indisciplina y ambición, con lo que se le quitó estímulo al
esfuerzo partidario; y se impidió sistemáticamente la organización de abajo a
arriba, sustituyéndola por otra de arriba a abajo, con lo que se ganó una
apariencia de orden incapaz de enfrentar la arremetida de los acontecimientos
pues se cegaron las fuentes de la contribución voluntaria y apasionada al
convertirse los militantes en meros espectadores a la espera de la gracia. Fue
así que los combatientes resultaron sustituidos por pensionistas del poder.
(Extracto de la obra “LOS PROFETAS DEL ODIO Y LA YAPA”)