Y las puertas de las escuelas quedaron vacías. Los niños y las niñas no supieron volver a sus casas. Los platos quedaron con restos de comida de la noche anterior. Las hornallas apagadas. Cientos de miles de hombres con sus camisas arrugadas. Los cuerpos de los ancianos y de las ancianas sucios y escarados, no tuvieron quién los bañara, quién los curara.
Se produjo un silencio tal que sólo algunos pudieron oír el “sana sana colita de rana”… pero los que entienden esto, aseguraron que no fue lo mismo.
Las plazas se llenaron de hamacas sin movimiento. Inertes los sube y baja. Los panes quedaron enteros en sus canastos; sin manteca ni dulce que los acompañaran. Las tizas dejaron de escribir. Nadie recordó las fechas de cumpleaños. No hubo quien anunciara que ya era la hora de comer. Las pesadillas no tuvieron eco en ningún abrazo. Las sillas en las fábricas vacías.
Ese día, no hubo ropa limpia. Y nadie encontró el par de medias nuevo. Los mostradores de los negocios del barrio no tuvieron quien despachara. Los comedores en los barrios no tuvieron nada calentito para ofrecer. Nadie amasó torta frita. Y nadie organizó la cena de esa noche.
Un día las mujeres salieron a las calles, cansadas de vivir atemorizadas. Hartas de callar.
Un día las mujeres pararon. Y gritaron al unísono: “¡VIVAS NOS QUEREMOS!”
Y el mundo no dejó de girar.
Pero comenzó a girar distinto.